«Hay en la Iglesia siete sacramentos: Bautismo,
Confirmación o Crismación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos,
Orden sacerdotal y Matrimonio» (Catecismo, 1113), que están representados
simbólicamente en el presbiterio del Templo. «Los siete sacramentos
corresponden a todas la etapas y todos los momentos importantes de la vida del
cristiano: dan nacimiento y crecimiento, curación y misión a la vida de fe de
los cristianos. Hay aquí una cierta semejanza entre las etapas de la vida
natural y las etapas de la vida espiritual» (Catecismo, 1210). Forman un
conjunto ordenado, en el que la Eucaristía ocupa el centro, pues contiene al
Autor mismo de los sacramentos (cfr. Catecismo, 1211).
Los
sacramentos significan tres cosas: la causa santificante, que es la Muerte y
Resurrección de Cristo; el efecto santificante o gracia; y el fin de la
santificación, que es la gloria eterna. «El sacramento es un signo que rememora
lo que sucedió, es decir, la Pasión de Cristo; es un signo que demuestra el
efecto de la pasión de Cristo en nosotros, es decir, la gracia; y es un signo
que anticipa, es decir, que preanuncia la gloria venidera».
El signo
sacramental, propio de cada sacramento, está constituido por cosas (elementos
materiales —agua, aceite, pan, vino— y gestos humanos —ablución, unción,
imposición de las manos, etc.), que se llaman materia; y también por palabras
que pronuncia el ministro del sacramento, que son la forma. En realidad, «toda
celebración sacramental es un encuentro de los hijos de Dios con su Padre, en
Cristo y en el Espíritu Santo, y este encuentro se expresa como un diálogo a
través de acciones y de palabras» (Catecismo, 1153).