Lunes,
11 de Noviembre 2013 El dolor y la actitud ante él.
Arnaldo Pangrazzi,
que formó parte del equipo multidisciplinar del Centro de enfermos
terminales del St. Joseph Hospital de Milwaukee, ha escrito varios libritos que
tienen como tema el dolor y la actitud ante él.
En el año 2011 se
publicó uno que tiene como título “La pérdida de una persona querida”;
y como subtítulo “Itinerarios de curación”.
Intenta acercarse a
ese misterio que es el dolor, cuando llama a nuestra puerta.
En esta semana pasada
en que hemos recordado de una manera especial a nuestros seres queridos
difuntos, nos puede venir bien alguna de las oraciones que, como el mismo
Pangrazzi dice, “se convierten en un canal privilegiado para recoger los
pensamientos, los estados de ánimo y las demandas de los que están de luto”.
Aquí pongo fragmentos
de alguna de ellas.
Señor, ¡qué difícil es
decir adiós y aprender el lenguaje de la confianza y de la esperanza!
Vivo en el desconsuelo
porque estoy aferrado al pasado, a mis lazos afectivos.
No quiero resignarme a
la separación, me niego a adaptarme a una realidad cambiada.
Me turba el vacío, la
soledad, el verme obligado a comenzar de nuevo.
Ayúdame, Señor, a no
dramatizar el futuro, a no quitar valor al presente, a no absolutizar el
valor de quien ya no está para dar sentido a mi vida.
Ayúdame, Señor a tener
en cuenta que, en la vida todas las relaciones se acaban: que no hay nacimiento
sin dolor, que no hay amor sin sufrimiento, que no hay vida sin muerte.
Deja que la esperanza
se abra camino lentamente como antídoto natural contra la depresión y me
inspire ser el protagonista de la biografía que tú me concedes escribir y
atestiguar.
N quiero, Señor,
permanecer congelado en mi dolor, ni seguir protestando contra el destino ni
vestirme de remordimiento.
Te pido, Señor, luz y
apertura para que el dolor, poco a poco, renueve mi vida, mis valores, mi
relación contigo.
Jueves,18
de Julio 2013 Hospes sicut Christus accipiatur.
Recuerdo cómo un amigo
sacerdote tenía (y sigue teniendo) en la entrada de su casa un azulejo
talaverano con una frase en latín, saludo para el que llegaba; “Hospes sicut
Christus accipiatur”. Y así ha sido siempre su actitud: Recibir al huésped
como si de otro Cristo se tratase.
Viene esto a cuento
porque hoy las lecturas nos hablan de la hospitalidad; muy especialmente la del
libro del Génesis y el Evangelio: Abraham y hermanas de Lázaro, Marta y María.
En el caso de Abraham
vemos gestos de prontitud, homenaje y atención a los huéspedes. Cree en el
derecho del forastero a ser acogido. Se muestra solícito y generoso. Y, al
final, permanece disponible para otros servicios.
Recuerdo cómo un amigo
sacerdote tenía (y sigue teniendo) en la entrada de su casa un azulejo
talaverano con una frase en latín, saludo para el que llegaba; “Hospes sicut
Christus accipiatur”. Y así ha sido siempre su actitud: Recibir al huésped
como si de otro Cristo se tratase.
Viene esto a cuento
porque hoy las lecturas nos hablan de la hospitalidad; muy especialmente la del
libro del Génesis y el Evangelio: Abraham y hermanas de Lázaro, Marta y María.
En el caso de Abraham
vemos gestos de prontitud, homenaje y atención a los huéspedes. Cree en el
derecho del forastero a ser acogido. Se muestra solícito y generoso. Y, al
final, permanece disponible para otros servicios.
En Betania Marta y
María acogen a Jesús. Marta lo recibe; María lo escucha. Ante el enfado que
manifiesta Marta por la despreocupación, en lo material, de María, Jesús la
reprende de manera afectuosa.
La hospitalidad,
dimensión fundamental de la revelación bíblica, nos llama a abrir la mirada y
el corazón ante toda persona.
El Salmo
interleccional, por otra parte, es una invitación al examen personal: “Quién
puede entrar en tu templo y habitar en tu casa, Señor? Y responde: El
que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones
leales y no calumnia con su lengua, el que no hace mal a su prójimo ni difama
al vecino, el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al
Señor, el que no retracta lo que juró aun en daño propio, el que no presta
dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente. El que así obra nunca
fallará.
En la Audiencia del 14
de febrero de 2004, el Beato Juan Pablo II comentaba este Salmo:
1. Los estudiosos de la
Biblia clasifican con frecuencia el salmo 14, objeto de nuestra reflexión de
hoy, como parte de una «liturgia de ingreso». Como sucede en algunas otras
composiciones del Salterio (cf., por ejemplo, los salmos 23, 25 y 94), se puede
pensar en una especie de procesión de fieles, que llega a las puertas del
templo de Sión para participar en el culto. En un diálogo ideal entre los
fieles y los levitas, se delinean las condiciones indispensables para ser
admitidos a la celebración litúrgica y, por consiguiente, a la intimidad
divina.
En efecto, por una parte, se plantea la pregunta: «Señor, ¿quién puede
hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?» (Sal 14,1). Por otra, se
enumeran las cualidades requeridas para cruzar el umbral que lleva a la
«tienda», es decir, al templo situado en el «monte santo» de Sión. Las cualidades
enumeradas son once y constituyen una síntesis ideal de los compromisos morales
fundamentales recogidos en la ley bíblica (cf. vv. 2-5).
2. En las fachadas de los templos egipcios y babilónicos a veces se hallaban
grabadas las condiciones requeridas para el ingreso en el recinto sagrado. Pero
conviene notar una diferencia significativa con las que sugiere nuestro salmo.
En muchas culturas religiosas, para ser admitidos en presencia de la divinidad,
se requería sobre todo la pureza ritual exterior, que implicaba abluciones,
gestos y vestiduras particulares.
En cambio, el salmo 14 exige la purificación de la conciencia, para que sus
opciones se inspiren en el amor a la justicia y al prójimo. Por ello, en estos
versículos se siente vibrar el espíritu de los profetas, que con frecuencia
invitan a conjugar fe y vida, oración y compromiso existencial, adoración y
justicia social (cf. Is 1,10-20; 33,14-16; Os 6,6; Mi 6,6-8; Jr 6,20).
Escuchemos, por ejemplo, la vehemente reprimenda del profeta Amós, que denuncia
en nombre de Dios un culto alejado de la vida diaria: «Yo detesto, desprecio
vuestras fiestas; no me gusta el olor de vuestras reuniones solemnes. Si me
ofrecéis holocaustos, no me complazco en vuestras oblaciones, ni miro a
vuestros sacrificios de comunión de novillos cebados. (...) ¡Que fluya, sí, el
juicio como agua y la justicia como arroyo perenne!» (Am 5,21-24).
3. Veamos ahora los once compromisos enumerados por el salmista, que podrán
constituir la base de un examen de conciencia personal cuando nos preparemos
para confesar nuestras culpas a fin de ser admitidos a la comunión con el Señor
en la celebración litúrgica.
Los tres primeros compromisos son de índole general y expresan una opción
ética: seguir el camino de la integridad moral, de la práctica de la justicia
y, por último, de la sinceridad perfecta al hablar (cf. Sal 14,2).
Siguen tres deberes que podríamos definir de relación con el prójimo:
eliminar la calumnia de nuestra lengua, evitar toda acción que pueda causar
daño a nuestro hermano, no difamar a los que viven a nuestro lado cada día (cf.
v. 3).
Viene luego la exigencia de una clara toma de posición en el ámbito social:
considerar despreciable al impío y honrar a los que temen al Señor.
Por último, se enumeran los últimos tres preceptos para examinar la conciencia:
ser fieles a la palabra dada, al juramento, incluso en el caso de que se sigan
consecuencias negativas para nosotros; no prestar dinero con usura, delito que
también en nuestros días es una infame realidad, capaz de estrangular la vida
de muchas personas; y, por último, evitar cualquier tipo de corrupción en la
vida pública, otro compromiso que es preciso practicar con rigor también en
nuestro tiempo (cf. v. 5).
4. Seguir este camino de decisiones morales auténticas significa estar
preparados para el encuentro con el Señor. También Jesús, en el Sermón
de la montaña, propondrá su propia «liturgia de ingreso» esencial:
«Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un
hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y
vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu
ofrenda» (Mt 5,23-24).
Como concluye nuestra plegaria, quien actúa del modo que indica el salmista
«nunca fallará» (Sal 14,5). San Hilario de Poitiers, Padre y Doctor de la
Iglesia del siglo IV, en su Tractatus super Psalmos, comenta así
esta afirmación final del salmo, relacionándola con la imagen inicial de la
tienda del templo de Sión. «Quien obra de acuerdo con estos preceptos, se
hospeda en la tienda, habita en el monte. Por tanto, es preciso guardar los
preceptos y cumplir los mandamientos. Debemos grabar este salmo en lo más
íntimo de nuestro ser, escribirlo en el corazón, anotarlo en la memoria.
Debemos confrontarnos de día y de noche con el tesoro de su rica brevedad. Y
así, adquirida esta riqueza en el camino hacia la eternidad y habitando en la
Iglesia, podremos finalmente descansar en la gloria del cuerpo de Cristo» (PL
9, 308).
D. José Trujillo
García
Jueves, 23 de Mayo 2013 De la alegría del
corazón.
Son muchos los jóvenes que, a diario,
venís a la celebración de la Eucaristía. No como una obligación, sino como una
necesidad. Necesidad de encontraros con Jesucristo, de encontrar razones para
vuestra vida, encontrar silencio interior frente a tanto ruido externo…Sí,
encontrar a Jesucristo y sentirle muy cercano.
Por eso, hoy me atrevo a invitarte a
que, en ese silencio interior, leas y medites sobre esta “Carta” que Romano
Guardini escribió hace ya algunos años, para jóvenes como tú, que buscaban un
sentido para sus vidas, sentido que sólo se puede encontrar en Cristo. Es una
carta que él tituló “De la alegría del corazón”, primera de las “Cartas sobre
la formación de sí mismo”.
De la alegría del corazón
Queremos que nuestro corazón
viva alegre y feliz. No “divertido”, que es totalmente distinto. La diversión
es algo exterior, estrepitoso, fugaz… En cambio, la alegría mana dentro,
callada, con raíces profundas… Es la hermana de la seriedad; donde está una, se
halla también la otra.
Existe una alegría sobre la
que no se tiene ningún dominio. Me refiero a esa que irrumpe sobre uno,
poderosa y profunda, de la cual dice la Sagrada Escritura que es “como un
torrente”; o esa riente felicidad que todo lo transforma, todo lo baña de luz.
Esta alegría viene y se va a su antojo. Nuestra actitud para con ella tiene que
ceñirse a recibirla cuando viene y a resignarnos cuando se va.
Existe también la alegría que surge de la seguridad de una vida joven, y esa
otra insólita que brilla en hombres egregios, y fosforeciendo en la diafanidad
de su ser… Pero tampoco sobre esta especio podemos ejercer ningún dominio. Se
da o no se da independientemente de nosotros. No está ciertamente en nuestras
manos el conservarla o el perderla. Aquí vamos a tratar de una alegría a la que
podemos dar cauce. De una alegría que todos podemos poseer, y en seguida, séase
de la índole que se quiera. Alegría independiente en absoluto de las horas
felices o amargas, de los días de vigor o abrumados de fatiga.
Pensemos, pues, ya en el modo de hacerle camino. Por de pronto no procede del
dinero, de una vida cómoda, de la gloria… aun cuando todo esto pueda influir
sobre ella. Sus raíces están en cosas más nobles: un recio trabajo, una palabra
bondadosa que se ha oído o que uno mismo ha dicho, el combate esforzados contra
ciertos defecto o el logro de una visión clara en una cuestión difícil.
Y,
con todo, tampoco es ahí donde radica la auténtica fuente de la alegría. Esta
fuente es todavía más honda, pues reside en el corazón mismo, en su
interior más profundo. Allí mora Dios, y Dios mismo es la fuente de la
verdadera alegría. Esa alegría que interiormente nos ensancha y torna
resplandecientes; que nos hace ricos y fuertes, independientes de todos los
acontecimientos de fuera. Cuanto nos acaezca en una dimensión exterior no puede
dañarnos, si estamos saltando de gozo por dentro. El que está alegre guarda,
respecto a todas las cosas, la relación debida. Lo que es bello lo percibe en su
verdadero resplandor. Lo duro y difícil lo recibe como prueba de su fortaleza;
se enfrenta a ello con valentía y lo supera. Puede dar pródigamente a los demás
sin empobrecerse nunca. Sin embargo, tiene también un corazón grande para poder
recibir en la debida forma.
Pero si la alegría viene de Dios y Dios habita en nuestro corazón, ¿Por qué no
la sentimos? ¿Por qué estamos tantas veces de mal humor, tristes y oprimidos?
Sencillamente porque la fuente de dónde mana está enterrada.
¿Cómo, pues, se abre cauce a
la alegría? ¿Cómo hacer que irrumpa en el alma? Esta es la cuestión.
Es necesario unir nuestro centro más íntimo con Dios. Para ello hay muchos
medios. Se puede fomentar el ansia de intimar con Dios en el fondo del alma;
tornarse frecuentemente a Él y luego quedarse allí a solas en el silencio
interior. Quizá tú mismo sepas aún otros caminos… Yo, por mi parte, quisiera
proponerte el siguiente, que conduce eficacísimamente a Él.
Lo íntimo nuestro es como
queramos nosotros. Siendo ya en el fondo unos con Dios, nos invadirá su alegría
cuando sintamos la necesidad de esa unión. Tan pronto como nos dirigimos a Dio
y le decimos sinceramente: “Señor, yo quiero lo que Tú quieras”, queda franco
el camino a la alegría de Dios. Y si conseguimos tener siempre vivo este afán,
y el fondo de nuestra voluntad claro y sincero, perennemente orientado hacia
Dios, entonces habremos logrado el hábito de la alegría, pase lo que pase
fuera.
Huelga advertir que este
dirigirse hacia Dios implica algo íntimamente unido con la alegría: la
espontaneidad, No puede ser forzado ni inquieto o desconfiado. Tiene que ser
libre y animoso. Hemos de decir llenos de gozosa confianza: “Dios fuerte, lo
que Tú quieras, eso quiero yo”. He aquí el modo de unir íntimamente nuestra
voluntad con la de Dios.
Y, ¿dónde vemos qué quiere Dios? Para eso no precisamos largas consideraciones
y grandes planes. Lo encontraremos en lo más ordinario: en el momento presente.
Habrá que enfrentarse, a veces, con grandes decisiones y trazar proyectos de
altos vuelos… En esos casos “ha llegado el momento” correspondiente.
Podemos, pues, insistir: lo que es necesario ahora, lo que es mi obligación,
eso es la voluntad de Dios. Si hacemos eso en cada momento, Dios nos llevará de
una acción a otra. Porque cada momento con su obligación es un mensajero de
Dios. Si lo hacemos, Dios nos llevará de un acto al siguiente. Pues cada
instante, con la obligación que le acompañe, es un mensajero de Dios. Si le
prestamos oído adquiriremos la madurez precisa para entender correctamente el
siguiente mensaje y cumplir lo que nos pida. He ahí el modo de realizar paso a
paso la tarea de nuestra vida.
(…)
Bien pronto sentiremos nuestra alma inundada de alegría.
(…)
“¿Esto tengo que hacer yo ahora? Sí, Señor, lo haré de buena gana! La última
palabra es la decisiva. De ella depende todo. No a disgusto; no porque no hay
más remedio; no con indolencia y apáticamente, sino ¡con gusto!
(…) Esta decisión generosa
tiene que penetrar cada vez más profundamente en el alma. (…) “Señor, yo
quiero.” Entonces tendrás alegría. Así hizo nuestro Señor. “¡Yo hago siempre la
voluntad de mi Padre!” Y luego, manos a la obra: trabajo, obligaciones, un
juego, una renuncia… ¡lo que sea! (…)
Mas también tenemos un cuerpo. No podemos olvidarlo. Cuando el hombre
está abatido, ¿qué hace su cuerpo? Se derrumba con él. En cambio, cuando el
hombre está alegre, el cuerpo se levanta. Esta es la alegría del cuerpo: una
postura erguida.
Otro ejercicio, pues, ha de ser este: mantener nuestro cuerpo erguido. La
cabeza elevada, la frente abierta a la luz, los hombros hacia atrás; al andar,
mover con libre naturalidad los pies; cuando nos sentemos, no recostarnos
innecesariamente. (…)
Y luego, limpieza en el alma.
Cuando se entra en un cuarto sucio, maloliente, sin ventilar, se abren las
puertas y ventanas; que circule el aire y lo invada la luz., Luego se toma la
escoba, y se barre. ¡Fuera con todos los trastos grises de polvo; fuera, fuera!
(…)
Por fin, para concluir, una última indicación: por la noche, al acostarnos,
digámonos tranquilos y confiados: “Mañana viviré alegre”. Imaginémonos a
nosotros mismos caminar alegres, erguidos a lo largo del día; trabajar, jugar,
tratar con la gente con el alma henchida de gozo. “¡Así seré yo mañana todo el
día!” Digámonos esto varias veces. Es éste un pensamiento creador, que actuará
toda la noche en el alma, bajito, pero firme (…) al despertar está todo mucho
más blanco… Entonces repitamos lo mismo: “Hoy viviré todo el día alegre”. Todo
el día contigo, Señor, y siempre alegre. (…).
Texto: Romano Guardini,
“Cartas sobre autoformación”, “Carta Primera Sobre la alegría del Corazón”; ed.
Lumen, Bs. As, 1996, p. 5 y ss.
Jueves,
23 de Mayo 2013 NUEVA EVANGELIZACIÓN Y URBANIDAD EN EL
TEMPLO.
Los extremos son malos: ni lo de antes,
ni lo de ahora. Existen mínimos en los comportamientos, unas reglas en la educación o
incluso un protocolo del saber estar. También, a la hora de tratar a Dios, de
entrar y encontrarse en un templo sagrado o de asistir a una celebración
religiosa requiere una urbanidad litúrgica.
NUEVA EVANGELIZACIÓN Y URBANIDAD EN EL TEMPLO
NUEVA
EVANGELIZACIÓN
Y
URBANIDAD
EN EL TEMPLO
Javier Leoz
Delegado
para la Religiosidad Popular
(Pamplona-Navarra)
Los extremos son malos: ni lo de
antes, ni lo de ahora. Existen
mínimos en los comportamientos, unas reglas en la educación o incluso un
protocolo del saber estar. También, a la hora de tratar a Dios, de entrar y
encontrarse en un templo sagrado o de asistir a una celebración religiosa
requiere una urbanidad litúrgica.
1.El agua bendita, a la entrada de la
iglesia, nos recuerda nuestro bautismo y además nuestro deseo de
adentrarnos en el espacio sagrado con una disposición totalmente nueva.
2.Para hablar con Dios no es necesario
el móvil. Su
utilización además de demostrar que no hemos desconectado de las preocupaciones
es un síntoma de falta de sensibilidad y de respeto hacia la Palabra (cuando
inoportunamente suena) y hacia los demás (que han venido a centrarse en Dios y
no a despistarse con el sonido de nuestro teléfono).
3. El
silencio es clave para entendernos con las personas. Hay tiempo
para hablar y tiempo para escuchar. El mundo, las prisas, la calle nos ha
robado algo tan elemental como la tranquilidad. El derecho al silencio parece
haber desaparecido del mapa de nuestro entorno y también de nuestros templos.
Se hace necesario, como cauce hacia el encuentro personal con Dios y con
nosotros mismos, recuperar el gusto por el silencio (como paso a la oración) y
como apertura al recogimiento, al Misterio , a la contemplación o a la
Eucaristía.
4.No es lo mismo ir a una playa que a
una iglesia. Ni tenemos que acercarnos al mar en traje de frac
o de largo, pero tampoco a una parroquia como si estuviéramos a punto de
bañarnos en el mar. En la liturgia quien tiene que ser el centro de atención es
Cristo. Cuando llamamos la atención los demás, cuando somos el centro de las
miradas…es que tal vez no vamos bien.
5.¿Por qué nos tenemos que arrodillar?
¿Y por qué levantarnos o sentarnos? ¿Por qué guardar silencio después de
comulgar? ¿No nos levantamos cuando, un amigo, nos visita en nuestra casa? ¿No
ponemos nuestra mejilla o buscamos la del amigo o amiga cuando sale a nuestro
encuentro? ¿Acaso el Señor no merece nuestra adoración (interior) y exterior
(de rodillas)? ¿Acaso no escuchamos con atención cuando alguien nos habla o
pensamos sus palabras cuando se marcha? ¿Acaso, el Señor, no merece nuestra
escucha a sus palabras y nuestra meditación una vez proclamadas? ¿Por qué somos
capaces de desprendernos de nuestro calzado o cubrirnos con un velo al entrar
en una mezquita y somos tan poco exigentes para guardar unos mínimos en
nuestras iglesias? ¿Todo para lo demás y nada para lo nuestro?
6.La persignación, al entrar en el
templo. La
genuflexión antes o después de acomodarnos en el sitio son signos que denotan
nuestra pertenencia a la gran familia de los hijos de Dios. Son gestos que
indican un acto de fe. Demuestran nuestro amor a la cruz y nuestra creencia en
la Trinidad. ¿Acaso no saludamos al anfitrión de una casa cuando vamos a verle?
7.La fila, en la hora de la comunión,
simboliza un pueblo que camina hacia el encuentro de Cristo. No
es un tiempo de espera. El canto, en ese momento, se convierte en reflexión y
gratitud. Mirar nuestro corazón y nuestras manos para comprobar si están en
condiciones de recibir a Cristo reflejan también nuestro respeto a la
eucaristía.
8.La Palabra del Señor está para
saborearla y gustarla. Una iglesia no es el lugar más idóneo
para masticar un chicle ni tampoco estético. Los sentidos, todos, hay que
reservarlos para Dios: también el paladar.
9.Llegar tarde a una celebración
eucarística y pasar hacia los primeros bancos es dejarse notar demasiado. Entrar pronto al templo y no avanzar
cerca del altar es no creer demasiado en aquello que se celebra. ¿Por qué los
primeros puestos en un concierto u otros eventos y, en cambio, tanta
resistencia a colocarnos cerca de la Palabra o del altar?
10.Participar no significa participar en
todo. Hay
espacios para el silencio y momentos para intervenir como pueblo de Dios. Hay
partes de la eucaristía en las que hemos de elevar nuestra voz y también
nuestro espíritu. Hay partes en la eucaristía en las que, por el contrario,
nuestra participación está en el contemplar, asentir, disfrutar y vivir el
momento.
Algunos dirán que, lo
importante, es el contenido y no las formas. Pero lo cierto es que, el agua,
sin un vaso se desparrama. La luz, sin sus conductos, no llega a nuestros
hogares. ¿Por qué todo vale para nuestra relación con el mundo y, por el
contrario, ofrecemos unos mínimos para Dios?
Jueves,
18 de Abril 2013 La Cruz de Cristo.
El pasado 14 de marzo,
recién elegido Papa, Su Santidad Francisco celebró en la Capilla Sixtina la
Eucaristía con los 114 Cardenales electores.
En su homilía habló de
tres actitudes en el seguimiento de Jesucristo:
Caminar siempre en
presencia del Señor y de la Luz del Señor
“Edificar la Iglesia sobre
su piedra angular que es Nuestro Señor”.
Confesar. “Cuando no se
confiesa a Jesucristo, me viene lo de Leon Bloy: 'Quien no le reza al Señor le
reza al diablo'. Cuando no se reza a Jesucristo se confiesa la mundanidad del
diablo, la mundanidad del demonio”.
Y añadía después:
“Este evangelio prosigue con una situación muy especial. El mismo Pedro
que confesó a Jesucristo dice. Tú eres Cristo, el hijo de Dios vivo, pero no
hablemos de Cruz, esto no tiene que ver. Te sigo con otras posibilidades, sin
la cruz, y cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz, y
cuando confesamos a Cristo sin la cruz, no somos discípulos del Señor, somos
mundanos, hermanos, sacerdotes, cardenales, pero no discípulos del Señor.
Querría que todos
nosotros después de estos días de gracia, tengamos el coraje de caminar en
presencia del Señor, con la cruz del Señor. De edificar la Iglesia sobre la
sangre del Señor que derramó en la Cruz y confesar la única gloria: Cristo
crucificado.”
La Cruz ha estado, y
está, muy presente en muchas familias de nuestra parroquia en estos últimos
tiempos: David, Alito, Marta, Marina, Julenito, Lourdes, María Luisa…
«Sufrir —escribía
la Beata Teresa de Calcuta— no es nada, pero el sufrimiento compartido
con la Pasión de Cristo es un don maravilloso y un signo de amor»
Otro poeta, contemplando
un crucifijo, exclama: « ¡Cuerpo llagado de amores / yo te adoro y yo te sigo!
/ Yo, Señor de los señores. / quiero partir tus dolores / subiendo a la Cruz
contigo. // (...) Quiero, Señor, en tu encanto / tener mis sentidos presos, / y
unido a tu cuerpo santo, / mojar tu rostro con llanto, / secar tu llanto con
besos»
«Jamás el dolor estará
ausente por completo de nuestras vidas. Si lo aceptamos con fe, se nos brinda
la oportunidad de compartir la Pasión de Jesús y de demostrarle nuestro amor.
(Beata Teresa de Calcuta ) y añadía:
Un día fui a visitar a
una mujer que tenía un cáncer terminal.
Su dolor era enorme.
Le dije:
-Esto no es otra cosa
que un beso de Jesús, una señal de que está usted tan próxima a Él en la cruz
que le resulta fácil darle un beso.
Ella juntó las manos y
dijo:
-Madre, pídale a Jesús
que no deje de besarme.”
Pedimos al Señor por
todas las cruces y dolores de nuestro alrededor. Que sean una parte de la Cruz
redentora de Cristo que a todas abarca y haga más llevadero el sufrimiento de
quienes lo padecen.
Lunes,
21 de Enero 2013 Terminado el tiempo de Navidad con la Solemnidad de la
Epifaniía comenzamos el Tiempo Ordinario.
A) En el primer domingo del tiempo
ordinario celebrábamos una fiesta: la del Bautismo del Señor; era ocasión para
reflexionar y renovar nuestro propio bautismo.
Antes del decreto de
las nuevas rúbricas, del 23 de marzo de 1955, se celebraba la octava de
Epifanía con una misa propia. Cuando se suprimió la octava por las nuevas
rúbricas se determinó que ese día se hiciera conmemoración del bautismo de
Jesús y así quedó fijado el 25 de julio de 1960 por el decreto Rubricarum
Instructum, del Beato Juan XXIII.
B) En el segundo se
nos presenta el primer signo-milagro que obra Jesús. En él interviene su madre
sugiriendo, invitando: “Haced lo que Él os diga”.
Las Tres grandes
palabras de María: “Fiat”. “No tienen vino”. “Haced lo que Él os diga”.
·
· El fiat es fe y entrega.
·
· El no
tienen vino es cercanía maternal e
intercesión.
·
· El haced
lo que él os diga es entrega del hijo,
es volver a dar a luz al hijo y abrirnos a su evangelio. ¿Qué es lo que hace
María actualmente? Por una parte se dirige a Jesús, diciendo: no tienen vino,
mira cuántas necesidades tienen mis hijos. Por otra parte se dirige a nosotros,
diciendo: haced lo que él os diga, escuchad su palabra y guardadla en el
corazón, vivid lo que él os ha enseñado.
María pone la
iniciativa, pone la fe, pone la docilidad. Es la que capta la necesidad, la que
acude a su hijo, la que se fía de él, la que acepta su palabra. Lo mismo que
con su fe hizo posible la encarnación de la Palabra, así ahora, con su
iniciativa de fe, adelantó el primer milagro de Jesús.
Nosotros pedimos en la
oración de postcomunión: “Derrama, Señor, sobre nosotros tu espíritu de
caridad, para que, alimentados por el mismo pan del cielo, permanezcamos en el
mismo amor”-
C) La Palabra de Dios
es viva, “alegra el corazón y da luz a los ojos”, dice el Salmo. En el tercer
domingo encontramos ejemplos del poder de la Palabra cuando viene de Dios,
acompañada de Espíritu.
En tiempos de Esdras y
Nehemías, ellos y los levitas y letrados explicaban la ley, ahora es Jesús el
que explicará la Escritura: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.
No pensemos ya en
ayer. Ni siquiera en el día en que Jesús habló en la sinagoga de Nazaret. En él
se eterniza el tiempo. Cristo ayer, hoy y siempre.
Hoy Jesús se hace
presente entre nosotros y nos dice las mismas palabras. Hoy es el año de
gracia. Hoy los pueblos
reciben la Buena Noticia. Hoy la misericordia de Dios se derrama
sobre todos.
Cada uno puede decir:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado...”
No se refiere exclusivamente a los sacerdotes y misioneros. Todo cristiano ha
sido ungido por el Espíritu. Todo cristiano es un enviado. Todo cristiano es un
testigo de la misericordia de Dios.
Todo cristiano tiene
que ser portador de buenas noticias, un cristo.
Queda una pregunta: ¿Se cumple hoy esta Escritura en ti?
Viernes.
11 de Enero 2013
Al comenzar esta nueva etapa, con la Web
de la parroquia, me han venido al recuerdo las primeras palabras que pronucié
en la Parroquia, en mi toma de posesión un 24 de septiembre, entre las
cuales, hice referencia a la colaboración y cooperación
de todos vosotros en las distintas tareas que se puedan realizar para que
nuestra comunidad sea una comunidad viva.
Mis primeras palabras:
A todos los que
formáis la comunidad parroquial de Ntra. Sra. De las Nieves quiero hacer llegar
mi saludo afectuoso.
Mis primeras palabras
sean de acción de gracias al Señor, que derrochó su gracia en mí, dándome la fe
y el amor y confiándome este ministerio.
Me presento ante
vosotros “ligero de equipaje”.
Mi historia es
breve y escueta: dieciocho años de vida sacerdotal en un pequeño pueblo y en el
Seminario Menor Colegio Arzobispal de Rozas del Puerto Real, donde me he
sentido plenamente feliz.
Cuantas veces al
contemplar su paisaje ha venido a mi mente hecho oración: “Levanto mis
ojos a los montes. El auxilio me viene del Señor. El me guarda de todo
mal”.
Al iniciar hoy mi
ministerio entre vosotros tengo presentes las palabras del Papa a los
sacerdotes con ocasión del Jueves Santo pasado: “El sacerdote puede realizar la
labor social que está unida a su vocación de pastor. Es decir, puede “reunir” a
la comunidad cristiana a la que es enviado”.
Este “reunir”
es servicio. Consiste de reunir a la comunidad, no alrededor de mí mismo,
sino de Cristo, y no para mí mismo sino para Cristo, para que El mismo pueda
actuar en esta comunidad y a la vez en cada uno con el poder de su Espíritu y
seguir el “don” recibido por cada uno de este Espíritu para el provecho común.
Deseo ejercer este
ministerio en plena comunión con mi Obispo. De él he recibido esta misión
de ser su representante entre vosotros y desempernarla tripe tarea de enseñar,
santificar y regir. Con él, inserto, quiero vivir en comunión.
Comunión fraterna
también con mis hermanos sacerdotes: todos estamos empeñados en la misma tarea
de evangelización y de constante y coherente edificación de la comunidad.
En unión estrecha con
todos vosotros. También tenéis una parte importante dentro de la vida de la
comunidad parroquial.
Una llamada, pues, a
la colaboración y cooperación de todos según sus carismas – ministerios al servicio
de la comunidad: catequesis, acción social… distintas tareas
que se puedan realizar para que nuestra comunidad sea una comunidad viva.
No quiero terminar sin
expresar mi gratitud a la obra realizada por D. Julio en los años que estuvo
al frente de la parroquia.
Que el Señor
premie su entrega generosa en este tiempo y siga iluminándole en su
contenido.
A vuestra oración me
acojo, así como a la protección de nuestra Madre y Señora, Santa María de las
Nieves. Que Ella nos muestre a Jesús, el fruto bendito de su seno, nos dé
fuerzas para ser siempre instrumento de paz, portadores de unidad y
fraternidad.