Blog de D. José

Lunes, 11 de Noviembre 2013  El dolor y la actitud ante él.

Arnaldo Pangrazzi,  que formó parte del equipo multidisciplinar del Centro de enfermos terminales del St. Joseph Hospital de Milwaukee, ha escrito varios libritos que tienen como tema el dolor y la actitud ante él.

En el año 2011 se publicó uno que tiene como título “La pérdida de una persona querida”;  y  como  subtítulo “Itinerarios de curación”.

Intenta acercarse a ese misterio que es el dolor,  cuando llama a nuestra puerta.

En esta semana pasada en que hemos recordado de una manera especial a nuestros seres queridos difuntos, nos puede venir bien alguna de las oraciones que, como el mismo Pangrazzi dice, “se convierten en un canal privilegiado para recoger los pensamientos, los estados de ánimo y las demandas de los que están de luto”.

Aquí pongo fragmentos de alguna de ellas.

Señor, ¡qué difícil es decir adiós y aprender el lenguaje de la confianza y de la esperanza!

Vivo en el desconsuelo porque estoy aferrado al pasado, a mis lazos afectivos.

No quiero resignarme a la separación, me niego a adaptarme a una realidad cambiada.

Me turba el vacío, la soledad, el verme obligado a comenzar de nuevo.

Ayúdame, Señor, a no dramatizar el futuro, a no quitar  valor al presente, a no absolutizar el valor de quien ya no está para dar sentido a mi vida.

Ayúdame, Señor a tener en cuenta que, en la vida todas las relaciones se acaban: que no hay nacimiento sin dolor, que no hay amor sin sufrimiento, que no hay vida sin muerte.

Deja que la esperanza se abra camino lentamente como antídoto natural contra la depresión y me inspire ser el protagonista de la biografía que tú me concedes escribir y atestiguar.

N quiero, Señor, permanecer congelado en mi dolor, ni seguir protestando contra el destino ni vestirme de remordimiento.

Te pido, Señor, luz y apertura para que el dolor, poco a poco, renueve  mi vida, mis valores, mi relación contigo.

Jueves,18 de Julio 2013  Hospes sicut Christus accipiatur.

Recuerdo cómo un amigo sacerdote tenía (y sigue teniendo) en la entrada de su casa un azulejo talaverano con una frase en latín, saludo para el que llegaba; “Hospes sicut Christus accipiatur”. Y así ha sido siempre su actitud: Recibir al huésped como si de otro Cristo se tratase.

Viene esto a cuento porque hoy las lecturas nos hablan de la hospitalidad; muy especialmente la del libro del Génesis y el Evangelio: Abraham y hermanas de Lázaro, Marta y María.

En el caso de Abraham vemos gestos de prontitud, homenaje y atención a los huéspedes. Cree en el derecho del forastero a ser acogido. Se muestra solícito y generoso. Y, al final, permanece disponible para otros servicios.

Recuerdo cómo un amigo sacerdote tenía (y sigue teniendo) en la entrada de su casa un azulejo talaverano con una frase en latín, saludo para el que llegaba; “Hospes sicut Christus accipiatur”. Y así ha sido siempre su actitud: Recibir al huésped como si de otro Cristo se tratase.

Viene esto a cuento porque hoy las lecturas nos hablan de la hospitalidad; muy especialmente la del libro del Génesis y el Evangelio: Abraham y hermanas de Lázaro, Marta y María.

En el caso de Abraham vemos gestos de prontitud, homenaje y atención a los huéspedes. Cree en el derecho del forastero a ser acogido. Se muestra solícito y generoso. Y, al final, permanece disponible para otros servicios.

En Betania Marta y María acogen a Jesús. Marta lo recibe; María lo escucha. Ante el enfado que manifiesta Marta por la despreocupación, en lo material, de María, Jesús la reprende de manera afectuosa.

La hospitalidad, dimensión fundamental de la revelación bíblica, nos llama a abrir la mirada y el corazón ante toda persona.

El Salmo interleccional, por otra parte, es una invitación al examen personal: “Quién puede entrar en tu templo y habitar en tu casa, Señor? Y responde: El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua, el que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino, el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor, el que no retracta lo que juró aun en daño propio, el que no presta dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente. El que así obra nunca fallará.

En la Audiencia del 14 de febrero de 2004, el Beato Juan Pablo II comentaba este Salmo:

1.      Los estudiosos de la Biblia clasifican con frecuencia el salmo 14, objeto de nuestra reflexión de hoy, como parte de una «liturgia de ingreso». Como sucede en algunas otras composiciones del Salterio (cf., por ejemplo, los salmos 23, 25 y 94), se puede pensar en una especie de procesión de fieles, que llega a las puertas del templo de Sión para participar en el culto. En un diálogo ideal entre los fieles y los levitas, se delinean las condiciones indispensables para ser admitidos a la celebración litúrgica y, por consiguiente, a la intimidad divina.
En efecto, por una parte, se plantea la pregunta: «Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?» (Sal 14,1). Por otra, se enumeran las cualidades requeridas para cruzar el umbral que lleva a la «tienda», es decir, al templo situado en el «monte santo» de Sión. Las cualidades enumeradas son once y constituyen una síntesis ideal de los compromisos morales fundamentales recogidos en la ley bíblica (cf. vv. 2-5).
2. En las fachadas de los templos egipcios y babilónicos a veces se hallaban grabadas las condiciones requeridas para el ingreso en el recinto sagrado. Pero conviene notar una diferencia significativa con las que sugiere nuestro salmo. En muchas culturas religiosas, para ser admitidos en presencia de la divinidad, se requería sobre todo la pureza ritual exterior, que implicaba abluciones, gestos y vestiduras particulares.
En cambio, el salmo 14 exige la purificación de la conciencia, para que sus opciones se inspiren en el amor a la justicia y al prójimo. Por ello, en estos versículos se siente vibrar el espíritu de los profetas, que con frecuencia invitan a conjugar fe y vida, oración y compromiso existencial, adoración y justicia social (cf. Is 1,10-20; 33,14-16; Os 6,6; Mi 6,6-8; Jr 6,20).
Escuchemos, por ejemplo, la vehemente reprimenda del profeta Amós, que denuncia en nombre de Dios un culto alejado de la vida diaria: «Yo detesto, desprecio vuestras fiestas; no me gusta el olor de vuestras reuniones solemnes. Si me ofrecéis holocaustos, no me complazco en vuestras oblaciones, ni miro a vuestros sacrificios de comunión de novillos cebados. (...) ¡Que fluya, sí, el juicio como agua y la justicia como arroyo perenne!» (Am 5,21-24).


3. Veamos ahora los once compromisos enumerados por el salmista, que podrán constituir la base de un examen de conciencia personal cuando nos preparemos para confesar nuestras culpas a fin de ser admitidos a la comunión con el Señor en la celebración litúrgica.
Los tres primeros compromisos son de índole general y expresan una opción ética: seguir el camino de la integridad moral, de la práctica de la justicia y, por último, de la sinceridad perfecta al hablar (cf. Sal 14,2).

Siguen tres deberes que podríamos definir de relación con el prójimo: eliminar la calumnia de nuestra lengua, evitar toda acción que pueda causar daño a nuestro hermano, no difamar a los que viven a nuestro lado cada día (cf. v. 3).
Viene luego la exigencia de una clara toma de posición en el ámbito social: considerar despreciable al impío y honrar a los que temen al Señor.
Por último, se enumeran los últimos tres preceptos para examinar la conciencia: ser fieles a la palabra dada, al juramento, incluso en el caso de que se sigan consecuencias negativas para nosotros; no prestar dinero con usura, delito que también en nuestros días es una infame realidad, capaz de estrangular la vida de muchas personas; y, por último, evitar cualquier tipo de corrupción en la vida pública, otro compromiso que es preciso practicar con rigor también en nuestro tiempo (cf. v. 5).

4. Seguir este camino de decisiones morales auténticas significa estar preparados para el encuentro con el Señor. También Jesús, en el Sermón de la montaña, propondrá su propia «liturgia de ingreso» esencial: «Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda» (Mt 5,23-24).
Como concluye nuestra plegaria, quien actúa del modo que indica el salmista «nunca fallará» (Sal 14,5). San Hilario de Poitiers, Padre y Doctor de la Iglesia del siglo IV, en su Tractatus super Psalmos, comenta así esta afirmación final del salmo, relacionándola con la imagen inicial de la tienda del templo de Sión. «Quien obra de acuerdo con estos preceptos, se hospeda en la tienda, habita en el monte. Por tanto, es preciso guardar los preceptos y cumplir los mandamientos. Debemos grabar este salmo en lo más íntimo de nuestro ser, escribirlo en el corazón, anotarlo en la memoria. Debemos confrontarnos de día y de noche con el tesoro de su rica brevedad. Y así, adquirida esta riqueza en el camino hacia la eternidad y habitando en la Iglesia, podremos finalmente descansar en la gloria del cuerpo de Cristo» (PL 9, 308).

D. José Trujillo García

 

Jueves, 23 de Mayo 2013 De la alegría del corazón. 

Son muchos los jóvenes que, a diario, venís a la celebración de la Eucaristía. No como una obligación, sino como una necesidad. Necesidad de encontraros con Jesucristo, de encontrar razones para vuestra vida, encontrar silencio interior frente a tanto ruido externo…Sí, encontrar a Jesucristo y sentirle muy cercano.

Por eso, hoy me atrevo a invitarte a que, en ese silencio interior, leas y medites sobre esta “Carta” que Romano Guardini escribió hace ya algunos años, para jóvenes como tú, que buscaban un sentido para sus vidas, sentido que sólo se puede encontrar en Cristo. Es una carta que él tituló “De la alegría del corazón”, primera de las “Cartas sobre la formación de sí mismo”.

De la alegría del corazón

Queremos que nuestro corazón viva alegre y feliz. No “divertido”, que es totalmente distinto. La diversión es algo exterior, estrepitoso, fugaz… En cambio, la alegría mana dentro, callada, con raíces profundas… Es la hermana de la seriedad; donde está una, se halla también la otra.
Existe una alegría sobre la que no se tiene ningún dominio. Me refiero a esa que irrumpe sobre uno, poderosa y profunda, de la cual dice la Sagrada Escritura que es “como un torrente”; o esa riente felicidad que todo lo transforma, todo lo baña de luz. Esta alegría viene y se va a su antojo. Nuestra actitud para con ella tiene que ceñirse a recibirla cuando viene y a resignarnos cuando se va.
         Existe también la alegría que surge de la seguridad de una vida joven, y esa otra insólita que brilla en hombres egregios, y fosforeciendo en la diafanidad de su ser… Pero tampoco sobre esta especio podemos ejercer ningún dominio. Se da o no se da independientemente de nosotros. No está ciertamente en nuestras manos el conservarla o el perderla. Aquí vamos a tratar de una alegría a la que podemos dar cauce. De una alegría que todos podemos poseer, y en seguida, séase de la índole que se quiera. Alegría independiente en absoluto de las horas felices o amargas, de los días de vigor o abrumados de fatiga.
         Pensemos, pues, ya en el modo de hacerle camino. Por de pronto no procede del dinero, de una vida cómoda, de la gloria… aun cuando todo esto pueda influir sobre ella. Sus raíces están en cosas más nobles: un recio trabajo, una palabra bondadosa que se ha oído o que uno mismo ha dicho, el combate esforzados contra ciertos defecto o el logro de una visión clara en una cuestión difícil.
     Y, con todo, tampoco es ahí donde radica la auténtica fuente de la alegría. Esta fuente es todavía más honda, pues reside  en el corazón mismo, en su interior más profundo. Allí mora Dios, y Dios mismo es la fuente de la verdadera alegría. Esa alegría que interiormente nos ensancha y torna resplandecientes; que nos hace ricos y fuertes, independientes de todos los acontecimientos de fuera. Cuanto nos acaezca en una dimensión exterior no puede dañarnos, si estamos saltando de gozo por dentro. El que está alegre guarda, respecto a todas las cosas, la relación debida. Lo que es bello lo percibe en su verdadero resplandor. Lo duro y difícil lo recibe como prueba de su fortaleza; se enfrenta a ello con valentía y lo supera. Puede dar pródigamente a los demás sin empobrecerse nunca. Sin embargo, tiene también un corazón grande para poder recibir en la debida forma.
      Pero si la alegría viene de Dios y Dios habita en nuestro corazón, ¿Por qué no la sentimos? ¿Por qué estamos tantas veces de mal humor, tristes y oprimidos? Sencillamente porque la fuente de dónde mana está enterrada.
¿Cómo, pues, se abre cauce a la alegría? ¿Cómo hacer que irrumpa en el alma? Esta es la cuestión.
        Es necesario unir nuestro centro más íntimo con Dios. Para ello hay muchos medios. Se puede fomentar el ansia de intimar con Dios en el fondo del alma; tornarse frecuentemente a Él y luego quedarse allí a solas en el silencio interior. Quizá tú mismo sepas aún otros caminos… Yo, por mi parte, quisiera proponerte el siguiente, que conduce eficacísimamente a Él.
Lo íntimo nuestro es como queramos nosotros. Siendo ya en el fondo unos con Dios, nos invadirá su alegría cuando sintamos la necesidad de esa unión. Tan pronto como nos dirigimos a Dio y le decimos sinceramente: “Señor, yo quiero lo que Tú quieras”, queda franco el camino a la alegría de Dios. Y si conseguimos tener siempre vivo este afán, y el fondo de nuestra voluntad claro y sincero, perennemente orientado hacia Dios, entonces habremos logrado el hábito de la alegría, pase lo que pase fuera.
Huelga advertir que este dirigirse hacia Dios implica algo íntimamente unido con la alegría: la espontaneidad, No puede ser forzado ni inquieto o desconfiado. Tiene que ser libre y animoso. Hemos de decir llenos de gozosa confianza: “Dios fuerte, lo que Tú quieras, eso quiero yo”. He aquí el modo de unir íntimamente nuestra voluntad con la de Dios.
        Y, ¿dónde vemos qué quiere Dios? Para eso no precisamos largas consideraciones y grandes planes. Lo encontraremos en lo más ordinario: en el momento presente. Habrá que enfrentarse, a veces, con grandes decisiones y trazar proyectos de altos vuelos… En esos casos “ha llegado el momento” correspondiente.
        Podemos, pues, insistir: lo que es necesario ahora, lo que es mi obligación, eso es la voluntad de Dios. Si hacemos eso en cada momento, Dios nos llevará de una acción a otra. Porque cada momento con su obligación es un mensajero de Dios. Si lo hacemos, Dios nos llevará de un acto al siguiente. Pues cada instante, con la obligación que le acompañe, es un mensajero de Dios. Si le prestamos oído adquiriremos la madurez precisa para entender correctamente el siguiente mensaje y cumplir lo que nos pida. He ahí el modo de realizar paso a paso la tarea de nuestra vida.
(…)
        Bien pronto sentiremos nuestra alma inundada de alegría.
(…)
        “¿Esto tengo que hacer yo ahora? Sí, Señor, lo haré de buena gana! La última palabra es la decisiva. De ella depende todo. No a disgusto; no porque no hay más remedio; no con indolencia y apáticamente, sino ¡con gusto!
(…) Esta decisión generosa tiene que penetrar cada vez más profundamente en el alma. (…) “Señor, yo quiero.” Entonces tendrás alegría. Así hizo nuestro Señor. “¡Yo hago siempre la voluntad de mi Padre!” Y luego, manos a la obra: trabajo, obligaciones, un juego, una renuncia… ¡lo que sea! (…)

        Mas también tenemos un cuerpo. No podemos  olvidarlo. Cuando el hombre está abatido, ¿qué hace su cuerpo? Se derrumba con él. En cambio, cuando el hombre está alegre, el cuerpo se levanta. Esta es la alegría del cuerpo: una postura erguida.
       Otro ejercicio, pues, ha de ser este: mantener nuestro cuerpo erguido. La cabeza elevada, la frente abierta a la luz, los hombros hacia atrás; al andar, mover con libre naturalidad los pies; cuando nos sentemos, no recostarnos innecesariamente. (…)

Y luego, limpieza en el alma. Cuando se entra en un cuarto sucio, maloliente, sin ventilar, se abren las puertas y ventanas; que circule el aire y lo invada la luz., Luego se toma la escoba, y se barre. ¡Fuera con todos los trastos grises de polvo; fuera, fuera! (…)
        Por fin, para concluir, una última indicación: por la noche, al acostarnos, digámonos tranquilos y confiados: “Mañana viviré alegre”. Imaginémonos a nosotros mismos caminar alegres, erguidos a lo largo del día; trabajar, jugar, tratar con la gente con el alma henchida de gozo. “¡Así seré yo mañana todo el día!” Digámonos esto varias veces. Es éste un pensamiento creador, que actuará toda la noche en el alma, bajito, pero firme (…) al despertar está todo mucho más blanco… Entonces repitamos lo mismo: “Hoy viviré todo el día alegre”. Todo el día contigo, Señor, y siempre alegre. (…).

 
Texto: Romano Guardini, “Cartas sobre autoformación”, “Carta Primera Sobre la alegría del Corazón”; ed. Lumen, Bs. As, 1996, p. 5 y ss.

 

Jueves, 23 de Mayo 2013 NUEVA EVANGELIZACIÓN Y URBANIDAD EN EL TEMPLO.

Los extremos son malos: ni lo de antes, ni lo de ahora. Existen mínimos en los comportamientos, unas reglas en la educación o incluso un protocolo del saber estar. También, a la hora de tratar a Dios, de entrar y encontrarse en un templo sagrado o de asistir a una celebración religiosa requiere una urbanidad litúrgica.

NUEVA EVANGELIZACIÓN Y URBANIDAD EN EL TEMPLO

NUEVA EVANGELIZACIÓN

Y

URBANIDAD EN EL TEMPLO

 Javier   Leoz

Delegado   para la Religiosidad Popular

(Pamplona-Navarra)

 Los extremos son malos: ni lo de antes, ni lo de ahora. Existen mínimos en los comportamientos, unas reglas en la educación o incluso un protocolo del saber estar. También, a la hora de tratar a Dios, de entrar y encontrarse en un templo sagrado o de asistir a una celebración religiosa requiere una urbanidad litúrgica.

1.El agua bendita, a la entrada de la iglesia, nos recuerda nuestro bautismo y además nuestro deseo de adentrarnos en el espacio sagrado con una disposición totalmente nueva.

2.Para hablar con Dios no es necesario el móvil. Su utilización además de demostrar que no hemos desconectado de las preocupaciones es un síntoma de falta de sensibilidad y de respeto hacia la Palabra (cuando inoportunamente suena) y hacia los demás (que han venido a centrarse en Dios y no a despistarse con el sonido de nuestro teléfono).

3. El silencio es clave para entendernos con las personas. Hay tiempo para hablar y tiempo para escuchar. El mundo, las prisas, la calle nos ha robado algo tan elemental como la tranquilidad. El derecho al silencio parece haber desaparecido del mapa de nuestro entorno y también de nuestros templos. Se hace necesario, como cauce hacia el encuentro personal con Dios y con nosotros mismos, recuperar el gusto por el silencio (como paso a la oración) y como apertura al recogimiento, al Misterio , a la contemplación o a la Eucaristía.

4.No es lo mismo ir a una playa que a una iglesia. Ni tenemos que acercarnos al mar en traje de frac o de largo, pero tampoco a una parroquia como si estuviéramos a punto de bañarnos en el mar. En la liturgia quien tiene que ser el centro de atención es Cristo. Cuando llamamos la atención los demás, cuando somos el centro de las miradas…es que  tal vez no vamos bien.

5.¿Por qué nos tenemos que arrodillar? ¿Y por qué levantarnos o sentarnos? ¿Por qué guardar silencio después de comulgar? ¿No nos levantamos cuando, un amigo, nos visita en nuestra casa? ¿No ponemos nuestra mejilla o buscamos la del amigo o amiga cuando sale a nuestro encuentro? ¿Acaso el Señor no merece nuestra adoración (interior) y exterior (de rodillas)? ¿Acaso no escuchamos con atención cuando alguien nos habla o pensamos sus palabras cuando se marcha? ¿Acaso, el Señor, no merece nuestra escucha a sus palabras y nuestra meditación una vez proclamadas? ¿Por qué somos capaces de desprendernos de nuestro calzado o cubrirnos con un velo al entrar en una mezquita y somos tan poco exigentes para guardar unos mínimos en nuestras iglesias? ¿Todo para lo demás y nada para lo nuestro?

6.La persignación, al entrar en el templo. La genuflexión antes o después de acomodarnos en el sitio son signos que denotan nuestra pertenencia a la gran familia de los hijos de Dios. Son gestos que indican un acto de fe. Demuestran nuestro amor a la cruz y nuestra creencia en la Trinidad. ¿Acaso no saludamos al anfitrión de una casa cuando vamos a verle?

7.La fila, en la hora de la comunión, simboliza un pueblo que camina hacia el encuentro de Cristo. No es un tiempo de espera. El canto, en ese momento, se convierte en reflexión y gratitud. Mirar nuestro corazón y nuestras manos para comprobar si están en condiciones de recibir a Cristo reflejan también nuestro respeto a la eucaristía.

8.La Palabra del Señor está para saborearla y gustarla. Una iglesia no es el lugar más idóneo para masticar un chicle ni tampoco estético. Los sentidos, todos, hay que reservarlos para Dios: también el paladar.

9.Llegar tarde a una celebración eucarística y pasar hacia los primeros bancos es dejarse notar demasiado. Entrar pronto al templo y no avanzar cerca del altar es no creer demasiado en aquello que se celebra. ¿Por qué los primeros puestos en un concierto u otros eventos y, en cambio, tanta resistencia a colocarnos cerca de la Palabra o del altar?

10.Participar no significa participar en todo. Hay espacios para el silencio y momentos para intervenir como pueblo de Dios. Hay partes de la eucaristía en las que hemos de elevar nuestra voz y también nuestro espíritu. Hay partes en la eucaristía en las que, por el contrario, nuestra participación está en el contemplar, asentir, disfrutar y vivir el momento.

Algunos dirán que, lo importante, es el contenido y no las formas. Pero lo cierto es que, el agua, sin un vaso se desparrama. La luz, sin sus conductos, no llega a nuestros hogares. ¿Por qué todo vale para nuestra relación con el mundo y, por el contrario, ofrecemos unos mínimos para Dios?

 

Jueves, 18 de Abril 2013 La Cruz de Cristo.

El pasado 14 de marzo, recién elegido Papa, Su Santidad Francisco celebró en la Capilla Sixtina la Eucaristía con los 114 Cardenales electores.

En su homilía habló de tres actitudes en el seguimiento de Jesucristo:

Caminar siempre en presencia del Señor y de la Luz del Señor

“Edificar la Iglesia sobre su piedra angular que es Nuestro Señor”.

Confesar. “Cuando no se confiesa a Jesucristo, me viene lo de Leon Bloy: 'Quien no le reza al Señor le reza al diablo'. Cuando no se reza a Jesucristo se confiesa la mundanidad del diablo, la mundanidad del demonio”.

Y añadía después: “Este evangelio prosigue con una situación muy especial.  El mismo Pedro que confesó a Jesucristo dice. Tú eres Cristo, el hijo de Dios vivo, pero no hablemos de Cruz, esto no tiene que ver. Te sigo con otras posibilidades, sin la cruz, y cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz, y cuando confesamos a Cristo sin la cruz, no somos discípulos del Señor, somos mundanos, hermanos, sacerdotes, cardenales, pero no discípulos del Señor.

Querría que todos nosotros después de estos días de gracia, tengamos el coraje de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor. De edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor que derramó en la Cruz y confesar la única gloria: Cristo crucificado.”

La Cruz ha estado, y está, muy presente en muchas familias de nuestra parroquia en estos últimos tiempos: David, Alito, Marta, Marina, Julenito, Lourdes, María Luisa…

«Sufrir —escribía  la Beata Teresa de Calcuta— no es nada, pero el sufrimiento compartido con la Pasión de Cristo es un don maravilloso y un signo de amor»

Otro poeta, contemplando un crucifijo, exclama: « ¡Cuerpo llagado de amores / yo te adoro y yo te sigo! / Yo, Señor de los señores. / quiero partir tus dolores / subiendo a la Cruz contigo. // (...) Quiero, Señor, en tu encanto / tener mis sentidos presos, / y unido a tu cuerpo santo, / mojar tu rostro con llanto, / secar tu llanto con besos»

«Jamás el dolor estará ausente por completo de nuestras vidas. Si lo aceptamos con fe, se nos brinda la oportunidad de compartir la Pasión de Jesús y de demostrarle nuestro amor. (Beata Teresa de Calcuta ) y añadía:

Un día fui a visitar a una mujer que tenía un cáncer terminal.

Su dolor era enorme.

Le dije:

-Esto no es otra cosa que un beso de Jesús, una señal de que está usted tan próxima a Él en la cruz que le resulta fácil darle un beso.

Ella juntó las manos y dijo:

-Madre, pídale a Jesús que no deje de besarme.”

Pedimos al Señor por todas las cruces y dolores de nuestro alrededor. Que sean una parte de la Cruz redentora de Cristo que a todas abarca y haga más llevadero el sufrimiento de quienes lo padecen.

 

Lunes, 21 de Enero 2013 Terminado el tiempo de Navidad con la Solemnidad de la Epifaniía comenzamos el Tiempo Ordinario.

A) En el primer domingo del tiempo ordinario celebrábamos una fiesta: la del Bautismo del Señor; era ocasión para reflexionar y renovar nuestro propio bautismo.

Antes del decreto de las nuevas rúbricas, del 23 de marzo de 1955, se celebraba la octava de Epifanía con una misa propia. Cuando se suprimió la octava por las nuevas rúbricas se determinó que ese día se hiciera conmemoración del bautismo de Jesús y así quedó fijado el 25 de julio de 1960 por el decreto Rubricarum Instructum, del Beato Juan XXIII.

B) En el segundo se nos presenta el primer signo-milagro que obra Jesús. En él interviene su madre sugiriendo, invitando: “Haced lo que Él os diga”.

Las Tres grandes palabras de María: “Fiat”. “No tienen vino”. “Haced lo que Él os diga”.

·        · El fiat es fe y entrega.

·        · El no tienen vino es cercanía maternal e intercesión.

·        · El haced lo que él os diga es entrega del hijo, es volver a dar a luz al hijo y abrirnos a su evangelio. ¿Qué es lo que hace María actualmente? Por una parte se dirige a Jesús, diciendo: no tienen vino, mira cuántas necesidades tienen mis hijos. Por otra parte se dirige a nosotros, diciendo: haced lo que él os diga, escuchad su palabra y guardadla en el corazón, vivid lo que él os ha enseñado.

María pone la iniciativa, pone la fe, pone la docilidad. Es la que capta la necesidad, la que acude a su hijo, la que se fía de él, la que acepta su palabra. Lo mismo que con su fe hizo posible la encarnación de la Palabra, así ahora, con su iniciativa de fe, adelantó el primer milagro de Jesús.

Nosotros pedimos en la oración de postcomunión: “Derrama, Señor, sobre nosotros tu espíritu de caridad, para que, alimentados por el mismo pan del cielo, permanezcamos en el mismo amor”-

C) La Palabra de Dios es viva, “alegra el corazón y da luz a los ojos”, dice el Salmo. En el tercer domingo encontramos ejemplos del poder de la Palabra cuando viene de Dios, acompañada de Espíritu.

En tiempos de Esdras y Nehemías, ellos y los levitas y letrados explicaban la ley, ahora es Jesús el que explicará la Escritura: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.

No pensemos ya en ayer. Ni siquiera en el día en que Jesús habló en la sinagoga de Nazaret. En él se eterniza el tiempo. Cristo ayer, hoy y siempre.

Hoy Jesús se hace presente entre nosotros y nos dice las mismas palabras. Hoy es el año de gracia. Hoy los pueblos reciben la Buena Noticia. Hoy la misericordia de Dios se derrama sobre todos.

Cada uno puede decir: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado...” No se refiere exclusivamente a los sacerdotes y misioneros. Todo cristiano ha sido ungido por el Espíritu. Todo cristiano es un enviado. Todo cristiano es un testigo de la misericordia de Dios.

Todo cristiano tiene que ser portador de buenas noticias, un cristo.

 Queda una pregunta: ¿Se cumple hoy esta Escritura en ti?

 

 Viernes. 11 de Enero 2013  

Al comenzar esta nueva etapa, con la Web de la parroquia, me han venido al recuerdo las primeras palabras que pronucié en la Parroquia, en mi toma de posesión un 24 de septiembre,  entre las cuales,  hice referencia   a  la colaboración y cooperación de todos vosotros en las distintas tareas que se puedan realizar para  que nuestra comunidad sea una comunidad viva.

Mis primeras palabras:

A todos los que formáis la comunidad parroquial de Ntra. Sra. De las Nieves quiero hacer llegar mi saludo afectuoso.

Mis primeras palabras sean de acción de gracias al Señor, que derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor y confiándome este ministerio.

Me presento ante vosotros “ligero de equipaje”.

Mi  historia es breve y escueta: dieciocho años de vida sacerdotal en un pequeño pueblo y en el Seminario Menor Colegio Arzobispal de Rozas del Puerto Real, donde me he sentido plenamente feliz.

Cuantas veces al contemplar su paisaje ha venido a mi mente hecho oración: “Levanto mis ojos  a los montes. El auxilio me viene del Señor. El me guarda de todo mal”.

Al iniciar hoy mi ministerio entre vosotros tengo presentes las palabras del Papa a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo pasado: “El sacerdote puede realizar la labor social que está unida a su vocación de pastor. Es decir, puede “reunir” a la comunidad cristiana a la que es enviado”.

Este  “reunir”  es servicio. Consiste de reunir a la comunidad, no alrededor de mí mismo, sino de Cristo, y no para mí mismo sino para Cristo, para que El mismo pueda actuar en esta comunidad y a la vez en cada uno con el poder de su Espíritu y seguir el “don” recibido por cada uno de este Espíritu para el provecho común.

Deseo ejercer este ministerio en plena comunión con mi Obispo. De él  he recibido esta misión de ser su representante entre vosotros y desempernarla tripe tarea de enseñar, santificar y regir. Con él, inserto, quiero vivir en comunión.

Comunión fraterna también con mis hermanos sacerdotes: todos estamos empeñados en la misma tarea de evangelización y de constante y coherente edificación de la comunidad.

En unión estrecha con todos vosotros. También tenéis una parte importante dentro de la vida de la comunidad parroquial.

Una llamada, pues, a la colaboración y cooperación de todos según sus carismas – ministerios al servicio de la  comunidad: catequesis,  acción social…  distintas tareas que se puedan realizar para  que nuestra comunidad sea una comunidad viva.

No quiero terminar sin expresar mi gratitud a la obra realizada por D. Julio en los años que estuvo al  frente de la parroquia.

Que el Señor  premie su entrega generosa en este tiempo y siga iluminándole  en su contenido.

A vuestra oración me acojo, así como a la protección de nuestra Madre y Señora, Santa María de las Nieves.  Que Ella nos muestre a Jesús, el fruto bendito de su seno, nos dé fuerzas para ser siempre instrumento de paz, portadores de unidad y fraternidad.