PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE LAS NIEVES
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Fiesta de san Marcos, evangelista
Viernes de la segunda semana de Pascua
El de hoy es el gran texto eucarístico del evangelio de Juan, que no recoge la institución de la Eucaristía. Hemos escuchado en boca de Jesús los mismos verbos que luego utilizó en la Última Cena: tomar los panes, pronunciar la acción de gracias y repartir. Así, ahora mismo podemos decir que estamos en la multiplicación de los panes y los peces, la santa misa.
Podríamos fijarnos en muchas cosas de este rico texto, pero, Jesús a un lado, hay un personaje clave sin el cual no tendríamos este milagro eucarístico: el chico que tiene cinco panes y dos peces y los entrega a los apóstoles para que Jesús haga con ellos lo que estimara oportuno.
La gran pregunta es dónde y cómo hacemos nosotros lo propio, dónde ponemos en juego nuestros cinco panes y dos peces. Y la respuesta es dentro de la misa, en la presentación de las ofrendas. Es el lugar donde el pueblo, cuando hay procesión de ofrendas, pone lo que tiene en manos del sacerdote para que éste lo ponga sobre el altar, que significa a Cristo en la santa misa. Por tanto, haciendo la analogía con el evangelio de hoy, los fieles son como el muchacho, el sacerdote es como los apóstoles y Dios es quien multiplica los dones que serán repartidos en la comunión.
Así que hoy vamos a hablar de la presentación de las ofrendas, el antiguo ofertorio. Más en concreto en la actitud que todos debemos tener para vivirlo. Por un lado, tenemos la presentación del pan y del vino, por otro la mezcla del agua en vino y, por último, una oración secreta que dice el sacerdote y el lavabo. La oración sobre las ofrendas ahora no procede.
Ofrecemos el pan, que es un alimento que une los dones de Dios y el trabajo del hombre. El pan precisa un trigo molido, como Cristo en la cruz, como nosotros en nuestras tribulaciones o, por qué no, en aquellas cosas que precisan simplemente lo mejor de nosotros, todo nuestro esfuerzo, todo lo que tenemos, nuestro cinco panes y dos peces. En el pan ponemos de corazón esto y nuestro trabajo, sea en una empresa, en casa o donde sea.
Después, ofrecemos el vino en el cáliz, que será la sangre del Señor. Ofrecer la sangre es ofrecer lo más sagrado que tiene el hombre, que es la propia vida, su momento final, la muerte. Es ofrecer al Señor la disponibilidad de dársela. Es decirle: Señor, tú has dicho que el amigo da la vida por el amigo y yo cada vez que voy a misa quiero decirte lo propio y renovarlo cada día.
Y esto desde una actitud interior que en la antigua liturgia se expresaba de modo más explícito y que ahora dice en secreto el sacerdote después de la presentación de las ofrendas y antes del lavabo: Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde, que esta sea hoy nuestro sacrificio agradable en tu presencia, Señor Dios nuestro. Esto nos enseña que la gran ofrenda es, precisamente, poner en la patena toda nuestra vida desde la actitud que expresa esta oración secreta: desde un corazón contrito, molido como el trigo para que haya pan, desde un espíritu humilde y confiado en Dios. En el ofertorio nos ponemos en brazos de Dios como un niño en brazos de su madre; y lo hacemos dispuestos a entregar la vida.
¿Y la gota de agua en el vino? Significa la humanidad unida a la divinidad, petición que le hacemos a Dios en ese momento los sacerdotes también en secreto: Por el misterio de esta agua y este vino, haz que compartamos la divinidad de quien se ha dignado participar de nuestra humanidad. Es decir, estamos diciéndole al Señor: Haznos una y la misa cosa contigo, que nuestra identidad se pierda en la tuya como la gota de agua se pierde en el vino que se va a convertir en tu sangre. Después, el lavabo y otra frase secreta más: Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado. Pedir al Señor pureza de corazón y de cuerpo para poder entregarnos a Él del mejor modo posible.
Esto es lo que hizo el joven que da todo lo que tenía. Esto es lo que debemos hacer nosotros en misa y, en particular, en la presentación de las ofrendas. Sé que dejo mil cosas por decir, pero, ojalá, os haya conseguido hacer ver que no se trata de un momento de transición en la misa en que el presbítero actúa y los demás veis mientras buscáis algún dinero que dar para la Iglesia y sus necesidades. No, es el momento de poner todo nuestro ser, nuestras intenciones, lo triste y lo bello de nuestra vida, en el altar, en Cristo, para que en la Consagración queden asumidas a Él como propias por la acción del Espíritu Santo. Y así, finalmente, pedir humildemente, como dice el canon Romano, que esta nueva ofrenda sea llevada hasta el altar del Cielo, a la presencia del Padre, por manos de tu ángel.
PD- Evidentemente no todo es Coronavirus y no vamos a dejar de hablar de la Eucaristía por no poder asistir. ¡Alimentad el deseo!
¡Que Dios os bendiga!
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